Bokata Route: Un viaje inolvidable entre montañas y curvas

El pasado 17 de marzo, un grupo de aventureros sobre dos ruedas nos dispusimos a recorrer una de las rutas más espectaculares del norte de España, y llamamos a esta ruta «Bokata Route».

Con el rugido de las motos y un cielo que parecía respetar la osadía de quienes se atrevían a desafiar las curvas y montañas de la zona, comenzamos nuestra travesía alrededor de las 10 de la mañana desde el aparcamiento del Hotel Adelma, en Hoznayo.

El ambiente estaba cargado de emoción, y el buen tiempo, sorprendente para la época, nos auguraba un día perfecto para rodar.

Las motos estaban listas y nosotros preparados para enfrentarnos a los primeros tramos, esos que nos llevarían a los parajes más impresionantes de Cantabria, Palencia y León.

Nos encontramos con las primeras curvas, desafiantes, pero disfrutables.

El sol iluminaba el camino mientras nos adentrábamos en el famoso Desfiladero de La Hermida.

Las montañas se alzaban imponentes a ambos lados, como si nos acogieran en su seno de roca. El sonido de los motores reverberaba entre las paredes, creando una sinfonía única que solo aquellos que viven la carretera pueden apreciar. El contraste entre las sombras de las montañas y la luz que se colaba entre las nubes hacía del trayecto algo mágico.

El desfiladero, con su atmósfera mística, era una especie de antesala para lo que nos esperaba más adelante.

Con la adrenalina aún corriendo por nuestras venas, llegamos a la bella localidad de Potes, un lugar que parece detenido en el tiempo. Sus calles empedradas y su aire tranquilo contrastaban con el rugido de nuestras motos al atravesar sus entrañas.

Pero no nos quedamos mucho tiempo aquí; teníamos un destino claro y eso implicaba subir uno de los puertos más impresionantes de la región: San Glorio.

El ascenso al Puerto de San Glorio es una experiencia que te quita el aliento, no solo por la altura, sino por la majestuosidad de las vistas. Paramos en el emblemático Mirador del Corzo, donde es imposible resistirse a hacer una pausa, sacar las cámaras y dejar que la vista se pierda en el espectacular macizo montañoso que nos rodeaba. Las fotos no podían capturar toda la magnitud de lo que estábamos viendo, pero al menos nos permitieron llevarnos un trocito de este momento.

Continuamos nuestro camino y, justo cuando abandonamos la N-621 a la altura de Portilla de la Reina, el paisaje comenzó a transformarse.

El Puerto de Pandetrave nos recibía con una sorpresa: nieve.

Las montañas, cubiertas de blanco, se veían aún más impresionantes, y aunque las carreteras estaban limpias, la sensación de rodar entre parajes nevados nos dio un subidón de adrenalina y emoción.

Era como si estuviéramos recorriendo un escenario sacado de una postal de invierno. Cada curva nos ofrecía una nueva postal, cada kilómetro era un recordatorio de lo pequeño que uno se siente ante la majestuosidad de la naturaleza.

Descendimos por la LE-2703, dirigiéndonos hacia Caín de Valdeón.

El trayecto junto al río Cares es una maravilla en sí misma. El agua cristalina que corría a nuestro lado reflejaba la luz del sol y creaba un contraste idílico con las montañas nevadas que se alzaban imponentes.

Pasadas las 15:30, llegamos a Caín, un pequeño paraíso escondido entre montañas, donde el río Cares parece detenerse para ofrecernos un rincón de paz absoluta.

Junto al río, sacamos nuestros bokatas preparados para la ocasión. La tranquilidad del lugar era asombrosa. Caín, conocido por ser el punto de inicio (o final) de la famosa Ruta del Cares, nos ofrecía ese descanso merecido tras varias horas de ruta. Mientras comíamos, el sonido del agua fluyendo y la calma del entorno nos hicieron sentir en otro mundo, lejos del bullicio y del estrés del día a día.

Con el estómago lleno y el espíritu recargado, llegó el momento de continuar nuestra aventura. La siguiente parada era Riaño, otro lugar que parecía salido de un cuento. Allí, nos detuvimos a tomar un café. La sensación de haber recorrido tantos kilómetros, de haber vivido tantas emociones en un solo día, se mezclaba con la satisfacción de estar rodeados de amigos y compañeros de ruta.

El sol comenzaba a bajar, y con él, la jornada llegaba a su fin. Aún nos quedaba el camino de vuelta a casa, pero cada kilómetro recorrido dejaba en nosotros una huella imborrable. La «Bokata Route» no fue solo un paseo en moto; fue una experiencia que nos conectó con la naturaleza, con las montañas y con nosotros mismos.

Un día perfecto, espectacular, lleno de paisajes que quedarán grabados en nuestra memoria, y de momentos compartidos que, sin duda, nos harán regresar el próximo año.

Deja un comentario