Cap. 2.- Tras el eco de «Los Otros» en el Partenón de Cantabria.

Las Aventuras de North y Route

El sol primaveral bañaba la explanada de Hoznayo, donde no solo la bobber de Lucia y la Vulcan de Javier aguardaban, sino también otras seis motos custom con sus respectivos pilotos y cuatro acompañantes. La promesa de una ruta hasta un lugar que Lucia había descubierto en internet había congregado a un buen grupo de amigos.

«Mira lo que encontré anoche,» le había dicho Lucia a Javier durante una de sus habituales conversaciones sobre posibles destinos. Le mostró en la pantalla de su móvil la imponente imagen de una iglesia de estilo clásico encaramada en una colina. «Lo llaman el Partenón de Cantabria. Está en Fraguas, cerca de Arenas de Cabrales. ¿Qué te parece para la ruta del domingo?«

A Javier, siempre dispuesto a explorar nuevos y fascinantes lugares, la idea le había entusiasmado de inmediato. «¡El Partenón de Cantabria! Suena espectacular. Podemos llevar al grupo y disfrutar de las carreteras del interior.«

Así, la promesa de visitar la iglesia de San Jorge había congregado a un buen grupo de amigos.

«Hoy vamos a coronar Fraguas,» anunció Javier con una sonrisa, ajustándose el casco mientras el grupo charlaba animadamente. «La iglesia de San Jorge nos espera con sus vistas de postal.«

North asintió, montando en su bobber, mientras saludaba a Elena y Marcos, una pareja entusiasta que viajaba en una Harley Davidson Sportster. «Y el Palacio de los Hornillos añadirá un toque de misterio a la jornada. Siempre me ha intrigado ese lugar, especialmente después de ver ‘Los Otros’.«

El rugido de ocho motores resonó al unísono mientras North y Route lideraban al grupo hacia el interior. La carretera se convirtió en una alegre serpiente de cromados y cuero, disfrutando del paisaje y la camaradería.

Al llegar a Fraguas, la majestuosa silueta de la Iglesia de San Jorge se alzó sobre la colina, dejando a todos impresionados. Su diseño neoclásico, con sus elegantes columnas y su escalinata imponente, recordaba inevitablemente al Partenón griego, ganándose así su apodo cántabro.

Aparcaron sus motos y ascendieron el sendero que conducía al templo. Las vistas eran, en efecto, impresionantes, abarcando un vasto panorama de montañas y valles.

«¡Impresionante!» exclamó Luis, piloto de una imponente Indian Chief. «Parece sacado de otro tiempo.«

El grupo, con entusiasmo, ascendió el sendero hacia la iglesia. Una vez arriba, no tardaron en dispersarse, maravillados por las vistas panorámicas. North y Route se hicieron fotos junto a las esbeltas columnas, con el viento ondeando suavemente sus cabellos y el paisaje montañoso como telón de fondo. Elena y Marcos posaban sonrientes en las escalinatas, mientras Luis contemplaba el horizonte en silencio.

«Esta iglesia tiene una historia curiosa,» comentó Javier, consultando su móvil. «Fue construida a finales del siglo XIX por un indiano, un cántabro que hizo fortuna en América y quiso dejar un legado en su tierra.«

«Un legado magnífico,» añadió North, admirando la solidez de la construcción. «Parece desafiar al tiempo.«

Tras disfrutar del lugar, el grupo se dirigió hacia el cercano Palacio de los Hornillos. Sus muros grises y su aire señorial creaban un contraste palpable con la luminosidad del Partenón. Sus ventanas cerradas emanaban una atmósfera de misterio y silencio, acrecentada por la historia cinematográfica que lo rodeaba. La historia de la filmación de «Los Otros».

Mientras contemplaban la fachada del palacio, North sintió un escalofrío, a pesar del sol radiante. «Hay algo… no sé… una sensación extraña en este lugar.«

Route, siempre más escéptico, la rodeó con un brazo. «Es solo la sugestión de la película, North. Es un lugar con mucha historia, eso es todo

Decidieron dar una vuelta por los alrededores del palacio, siguiendo un sendero que se adentraba en el bosque circundante. El silencio era casi absoluto, solo interrumpido por el canto de los pájaros y el susurro de las hojas.

De repente, escucharon un sonido débil, como un sollozo distante que parecía provenir del interior del bosque. Lucia y Javier se miraron, intrigados.

«¿Has oído eso?» preguntó Lucia, con el ceño fruncido.

Javier asintió. «Parecía… alguien llorando

Con precaución, se adentraron más en el bosque, siguiendo el tenue sonido. Llegaron a un pequeño claro donde encontraron una antigua lápida de piedra, cubierta de musgo y apenas legible.

Al limpiarla con cuidado, lograron distinguir una inscripción en latín: «Infans… hic… quiescit… anima… vagatur…» (Un niño… aquí… descansa… su alma… vaga…).

El sollozo pareció intensificarse, aunque no podían localizar su origen exacto. La atmósfera se volvió más densa, cargada de una tristeza palpable.

«Esto es… inquietante,» murmuró Lucia, sintiendo cómo se erizaba el vello de sus brazos.

Javier, aunque intentaba mantener la compostura, no podía negar la extrañeza de la situación. El llanto parecía emocional, casi real, pero no veían a nadie alrededor.

Mientras examinaban la lápida, Lucia notó algo peculiar en la base: una pequeña caja de madera tallada, similar a una caja de música antigua, pero sin manivela visible. Estaba incrustada en la tierra y cubierta de raíces.

Con cuidado, Javier desenterró la caja. Era ligera y parecía muy antigua. Al abrirla, encontraron en su interior un pequeño objeto de plata con forma de luna creciente y un mechón de cabello rubio, ya descolorido por el tiempo.

En el momento en que Javier tomó el objeto de plata, el sollozo cesó abruptamente. El silencio volvió a reinar en el claro, pero la sensación de tristeza persistía.

Lucia, recordando la inscripción de la lápida, tuvo una intuición. «¿Crees que este objeto perteneció al niño enterrado aquí? ¿Y que su alma… estaba ligada a él

Javier contempló el objeto de plata. «Podría ser. A veces, las creencias populares hablan de objetos que retienen la energía o el espíritu de quienes los poseyeron

Decidieron regresar al Palacio de los Hornillos, sintiendo que el misterio del bosque estaba conectado de alguna manera con la historia del lugar. Preguntaron a un lugareño que cuidaba los alrededores sobre la lápida y la leyenda del niño.

El hombre les contó una antigua historia, transmitida de generación en generación: hace siglos, un niño de la familia propietaria del palacio murió trágicamente y fue enterrado en ese claro del bosque. Se decía que su alma no encontraba descanso y que a veces se escuchaba su llanto en los alrededores. Algunos creían que un objeto personal del niño, una luna de plata que siempre llevaba consigo, había sido enterrado con él.

La caja de música sin manivela y el mechón de cabello rubio reforzaban la veracidad de la leyenda. Al parecer, el objeto de plata con forma de luna creciente era la llave para liberar el alma del niño.

Guiados por una extraña certeza, North y Route regresaron al claro del bosque. Javier colocó la luna de plata dentro de la caja de madera y la cerró. En ese instante, una suave brisa recorrió el claro, moviendo las hojas de los árboles como un suspiro. Una sensación de paz y ligereza reemplazó la tristeza opresiva que habían sentido antes.

El silencio que siguió no era el silencio cargado de pena, sino un silencio tranquilo, como si algo hubiera encontrado finalmente su descanso.

Lucia y Javier se miraron, compartiendo una comprensión tácita. El eco de «los otros», el llanto del niño perdido, parecía haberse desvanecido gracias a un pequeño acto de conexión con su pasado.

Al regresar a sus motos, la atmósfera alrededor del Palacio de los Hornillos ya no se sentía inquietante. El grupo comentó sobre la extraña experiencia, algunos con escepticismo, otros con asombro. El sol seguía brillando y el aire era fresco y limpio.

«Parece que a veces, los misterios no necesitan grandes revelaciones, solo un poco de comprensión y empatía,» comentó Lucia, mientras se colocaba el casco.

Javier asintió, sintiendo una extraña satisfacción. «Una ruta por un lugar hermoso, un pequeño misterio resuelto… hoy ha sido un buen día

«Definitivamente, una para recordar,» añadió Lucia, mientras el grupo emprendía el camino de vuelta a Hoznayo, compartiendo la peculiar aventura del día

Y con el rugido de sus motores, dejaron atrás El Partenón, el Palacio y Fraguas, llevando consigo la tranquilidad de un alma que quizás, por fin, había encontrado la paz en el corazón de Cantabria.